sábado, 29 de agosto de 2009




Llega intranquila y se sienta entre la hierba amarillenta del pastizal.
Llueve torrencialmente...

Era ya la segunda lluvia de Abril, y la última
que el ave pudo ver antes de partir.
Pasaron los meses y aún ella, seguía esperándolo.

No quiso dedicarle un solo segundo al hecho
de pensar un destino trágico para él.
Todavía conserva en el bolsillo las gemas
que le supo otorgar antes de partir.

Hoy, antes del ocaso traerá a su mente recuerdos de antaño,
recordará épocas rebosantes de alegría.
Detalles, sensaciones y luces que iluminaron noches aburridas,
sentados en familia a la luz de un par de velas.

Vuelve a su momento cíclico, y se ve:
Todavía está en el pastizal,
la lluvia arrecia sobre su cuerpo encorvado,
su rostro ubicado entre sus rodillas
dejó rodar un par de lágrimas de sal
sobre sus mejillas.
Ellas se harían parte de la lluvia.

Ojos que irradian melodías,
una mirada fogosa y húmeda.
Ella, tan femenina ahora,
recuerda como en su niñez tuvo que apartar sencillez
y tapar su fragilidad con armaduras de hierro,
para salir a matar...

Su honor de noble estirpe,
procedente de una generación de grandes luchadores,
hoy puede reconocer que cobija un ser quebradizo
y teme viendo como el paso del tiempo va
dejando marcas en su cuerpo.

Al momento de sentirse mortal,
su ser cayó de rodillas en la tierra,
se paró, enderezó su cuerpo y se echó a correr
con rumbo incierto.

Fueron eternidades de sufrir,
padeciendo del cansancio.

Desarrolló pulmones para respirar
un aire polvoriento,
con tierra levantada de corridas en batalla,
humo de cañones y el férrico
olor oxidado de la sangre.

Tuvo que comer maná,
regalado cada tanto por un Dios sin nombre.
Aprendió, con experiencia, a creer.
Tuvo que pensar para situarse en un lugar,
estratégicamente para que no la mataran.
Quiso amar, pero fue tan cobarde para ello,
que se dejó reposar hasta morir de hambre,
entre su agonía existencial,
masacrada por si misma y unas hojas de cristal
que cayeron de los árboles en época estival.

Se cansó y quedó allí tirada,
sentada en el pastizal.
Aún esperando la llegada de su hombre mortal,
inoportuno y terrenal.
El que no la verá caminar,
quien no sentiría el roce de su piel,
ni su cálido y suave suspiro de mujer...

Para la tercer lluvia de Abril,
ella estará atravesando laberintos
rectos con una luz al final,
para encontrarse con sigo misma,
junto a Matter Gea,
hundiéndose en el firmamento,
y haciéndose parte del aire,
nuevamente...

Todo volvió a su sitio,
la lluvia cesó.
Tranquilidad invade su cuerpo vacío.
El dolor no se siente, no lo crea más.



Jesús...
letargo@live.com.ar

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