viernes, 29 de mayo de 2009

[ Texto escrito en Julio de 2007 ]

Sos libre, optás por no serlo, generalmente. Por las noches te condena la planificación que se llena de responsabilidades. Por más que sepas que tenés el poder y la capacidad (entre otras cosas) de elegir qué hacer, te vas a ver condicionado por tu repudiable ambición.
Te hiciste preso de vos mismo y comienza a costar comprenderte e incluso entenderte. No te ves. Solo ves tu entorno, te situás ahí y te cosificás; no te identificás. Sos parte de algo mayor. Creés que estás en un mundo externo porque lo ves con ojos terrenales. Es tan grande pero a la vez tan pequeño en tu rutina, en las calles y barrios. Caminás y estás incómodo entre tanta gente, hay ruidos molestos que lastiman tus sentidos. Ruidos de sonidos, ruidos de imágenes perturbantes, ruidos de pensamientos. El mundo está lleno de ruidos que te alteran. ¿Y todavía creés que donde estás parado es donde “realmente” estás?... Vos estás donde creés estar, no donde querés. Si supieras que el mundo es más grande y hermoso si lo vivís por dentro, y con vos mismo, en armonía (...) Si no te sentís en equilibrio con vos mismo, ni te culpes, ni culpes a otros. No hay culpas, nadie provoca. Todo es producto de la causalidad. Aún así, ella misma es relativa... No hay culpas porque no hay razones, solo certezas propias de cada uno, que se pueden complementar, pero que no sabemos cómo hacerlo todavía. Tantos mensajes por decir, pero que no son demostrados de la forma o en el momento adecuado. Código y mensaje desvirtuado. Fijate, ¡qué cosa! Culpamos cuando las cosas no son favorables. Exteriorizamos y pretendemos desprendernos de algo que realmente no le pertenece a ningún Ser. Y cuando las cosas “salen bien” nos jactamos de nuestros hechos con el fin de apropiarnos del resultado y recibir, así, los elogios que alimenten nuestra insegura vanidad. No hay verdades generales. Todo se puede refutar, se acaba y comienza ahí mismo. Se acabará dependiendo de qué consideremos un final. Se puede acabar, si se quiere. Eso, dependiendo de tu forma de ver las cosas, será positivo (aporte) ó negativo (no avanzar). Al ser pesimista uno piensa que si las cosas “acaban” y ya no queda qué hacer, el riesgo al error desaparece. Se tranquiliza. O por el contrario, el pánico del final lo alborota y altera todo dentro de él. Eso le impedirá estar en paz. En cambio, para un optimista, si algo acaba, es porque ha mejorado y dejó atrás lo defectuoso. Sin embargo las cosas -y no cosas- no acaban. Puede que antes no existía el “fin”, pero al imaginarlo le dimos razón de ser y ya existe. Todo sigue. El tiempo no para. Y aún después de lo que llamamos “muerte biológica” el cuerpo seguirá un ciclo. Se transformará y volverá a ser vida, energía. Podemos llamar “fin” al segmento. Tomar una porción y delimitar. Delimitar es cerrarse, matar la libertad. Hay que abrirse a toda posibilidad y dejar que todo fluya. No estoy a favor de la aceptación, pero si de la asimilación. Discernir. La libertad es la paz en armonía con la responsabilidad. Uno pierde la paz con el libertinaje: - ya no está tranquilo. Cuesta ir por el camino; llamalo vida, mundo o destino. Todo cuesta, tiene un valor, no un precio. Todo dependerá de lo que vos mismo te propongas, y como humano vas a desear algo siempre. Tu ambición será el motor impuro que deberás limpiar con la solidaridad, el respeto y el amor general por todo lo que te rodea.

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Hacé de éste día, un buen día!
Mis mejores deseos para vos,

Sé feliz, a tu manera...
¡Buenas vibras! ^^

Un abrazo,

Jesús
letargo@live.com.ar

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